Hipólito Lázaro (1887-1974) cantó en el teatro Santos y Artigas en 1919. El año anterior había debutado en el Metropolitan Opera House con el mismo personaje: el duque de Mantua –il Duca-, de la ópera Rigoletto. En Nueva York lo secundaron Giuseppe de Luca y María Barrientos. A su turno, el empresario Adolfo Bracale también consiguió un elenco distinguido para otra tournée cubana del divo español. En la Villa del Undoso subió a las tablas junto a Albertina Cassani –discípula de Regina Pacini- y el barítono Giuseppe Danise. Tres años antes, Lázaro probablemente estrenó en Sagua I puritani, ópera ausente de los escenarios insulares durante algunas décadas. En aquella ocasión lo acompañaba Amelita Galli Curci.
Si los sagüeros se dieron el lujo de oír en su coliseo a un tenor que fue aclamado en La Scala y en los grandes teatros europeos tuvieron que pagarlo bien. El abono era exorbitante, incluso para las butacas comunes. Además de Rigoletto, la compañía de Bracale puso La Bohème. Los anuncios se jactaban de la procedencia italiana del vestuario, la utilería y los decorados. Milano, pregonaban.
Hipólito Lázaro mencionó a Sagua en sus memorias. Acaso lo hizo también Bracale, pero no he podido consultar las suyas. El público de la ciudad no olvidó aquellas temporadas, ni siquiera cuando la ópera dejó de ser una industria tan provechosa en Cuba y los divos se marcharon para siempre. La aguja del fonógrafo Edison todavía rasguña la voz de Lázaro en un museo sagüero: “Recondita armonia”, RCA Victor; tan recóndita que ha enmudecido.
Manino Aguilera, periodista y reconocido diletante, guardó el retrato del divo con los atavíos de I puritani. La tarjeta consignaba al dorso los pormenores de las presentaciones en el teatro Santos y Artigas: sendas óperas para aplaudir a Lázaro. Giuseppe Danise, uno de los mejores barítonos de la historia, era una celebridad secundaria. Cassani ni siquiera podía medirse con la grandeza del Duca.
Manino decía que Hipólito Lázaro fue un digno rival de Caruso. Lázaro nunca se consideró tal. Él no vaciló en declarar su superioridad. Yo soy mejor que el italiano –afirmó-. Cuando volvió a España hacía furor Miguel Fleta. Se enfrentaron lazaristas y fletistas. ¿Y por qué? –insinuaba el tono de nuestro Duca-, es evidente que prevalezco sobre Fleta.
La megalomanía de Hipólito Lázaro no empañaba su cortesía con las damas. Fue así, tan galante, que enamoró a la santiaguera Juanita Almeida. La leyenda que difundieron los fanáticos del tenor, aupada por él mismo, atribuye su matrimonio cubano a un legítimo amor a primera vista. Lo confirmó su esposa en una entrevista que les hizo Nydia Sarabia. Con setenta años, el Duca seguía ufanándose de sus dotes extraordinarias:
Recuerdo que en México, en la plaza de toros, canté una vez y pedí que me quitaran los micrófonos. Cuando terminé el público me ovacionó y todo el mundo me escuchó perfectamente.(1)
La periodista viajó hasta la residencia campestre del divo y pasó una tarde con la familia. Conoció el apego de Lázaro por Cuba, su disposición a regresar siempre. Después se interesó por la vigencia de la ópera, y el cantante, poseído por su divino pasado, observó:
Hoy con la televisión, la radio y el cine los verdaderos valores de la ópera usted no sabe si son buenos o malos, pues las grabaciones son superiores. También hoy van a ver a un lindo o a una señorita con líneas más o menos pronunciadas. Figúrese usted si a mí, con esta estatura, me hubieran quitado este pecho de encima. No hubiera servido para cantar ni una sencilla romanza.(2)
Otra vez la superioridad del Duca. El aristócrata de la voz sobrehumana regresa –trepidante- para afincarse en el timbre gallardo que ensordeció en 1919 al auditorio del teatro Santos y Artigas. Sus agudos se oyen todavía en los palcos.
He pasado la tarde escuchando a Hipólito Lázaro. Me suena enfático, demasiado conciente de su grandeza, tan desmesurado en “Celeste Aida” que parece prodigarse un canto a su propia condición celestial. No obstante, estos desmayos que enturbian la vigencia de su arte no impiden que pueda aplicársele el elogio que tuvo para Titta Ruffo:
Cuando Titta Ruffo cantaba no era un río lo que saltaba de su pecho, era un torrente que estremecía a cualquiera.(3)
______________Si los sagüeros se dieron el lujo de oír en su coliseo a un tenor que fue aclamado en La Scala y en los grandes teatros europeos tuvieron que pagarlo bien. El abono era exorbitante, incluso para las butacas comunes. Además de Rigoletto, la compañía de Bracale puso La Bohème. Los anuncios se jactaban de la procedencia italiana del vestuario, la utilería y los decorados. Milano, pregonaban.
Hipólito Lázaro mencionó a Sagua en sus memorias. Acaso lo hizo también Bracale, pero no he podido consultar las suyas. El público de la ciudad no olvidó aquellas temporadas, ni siquiera cuando la ópera dejó de ser una industria tan provechosa en Cuba y los divos se marcharon para siempre. La aguja del fonógrafo Edison todavía rasguña la voz de Lázaro en un museo sagüero: “Recondita armonia”, RCA Victor; tan recóndita que ha enmudecido.
Manino Aguilera, periodista y reconocido diletante, guardó el retrato del divo con los atavíos de I puritani. La tarjeta consignaba al dorso los pormenores de las presentaciones en el teatro Santos y Artigas: sendas óperas para aplaudir a Lázaro. Giuseppe Danise, uno de los mejores barítonos de la historia, era una celebridad secundaria. Cassani ni siquiera podía medirse con la grandeza del Duca.
Manino decía que Hipólito Lázaro fue un digno rival de Caruso. Lázaro nunca se consideró tal. Él no vaciló en declarar su superioridad. Yo soy mejor que el italiano –afirmó-. Cuando volvió a España hacía furor Miguel Fleta. Se enfrentaron lazaristas y fletistas. ¿Y por qué? –insinuaba el tono de nuestro Duca-, es evidente que prevalezco sobre Fleta.
La megalomanía de Hipólito Lázaro no empañaba su cortesía con las damas. Fue así, tan galante, que enamoró a la santiaguera Juanita Almeida. La leyenda que difundieron los fanáticos del tenor, aupada por él mismo, atribuye su matrimonio cubano a un legítimo amor a primera vista. Lo confirmó su esposa en una entrevista que les hizo Nydia Sarabia. Con setenta años, el Duca seguía ufanándose de sus dotes extraordinarias:
Recuerdo que en México, en la plaza de toros, canté una vez y pedí que me quitaran los micrófonos. Cuando terminé el público me ovacionó y todo el mundo me escuchó perfectamente.(1)
La periodista viajó hasta la residencia campestre del divo y pasó una tarde con la familia. Conoció el apego de Lázaro por Cuba, su disposición a regresar siempre. Después se interesó por la vigencia de la ópera, y el cantante, poseído por su divino pasado, observó:
Hoy con la televisión, la radio y el cine los verdaderos valores de la ópera usted no sabe si son buenos o malos, pues las grabaciones son superiores. También hoy van a ver a un lindo o a una señorita con líneas más o menos pronunciadas. Figúrese usted si a mí, con esta estatura, me hubieran quitado este pecho de encima. No hubiera servido para cantar ni una sencilla romanza.(2)
Otra vez la superioridad del Duca. El aristócrata de la voz sobrehumana regresa –trepidante- para afincarse en el timbre gallardo que ensordeció en 1919 al auditorio del teatro Santos y Artigas. Sus agudos se oyen todavía en los palcos.
He pasado la tarde escuchando a Hipólito Lázaro. Me suena enfático, demasiado conciente de su grandeza, tan desmesurado en “Celeste Aida” que parece prodigarse un canto a su propia condición celestial. No obstante, estos desmayos que enturbian la vigencia de su arte no impiden que pueda aplicársele el elogio que tuvo para Titta Ruffo:
Cuando Titta Ruffo cantaba no era un río lo que saltaba de su pecho, era un torrente que estremecía a cualquiera.(3)
Notas:
(1) Nydia Sarabia: Voces en su época, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003, p. 75.
(2) Ídem.
(3) Ídem.
Imágenes:
El eminente tenor Hipólito Lázaro. Tarjeta con el programa de sus presentaciones en Sagua la Grande. 1919.
Amelita Galli Curci, como Violetta.
Dorso de la tarjeta promocional de la tournée del divo Hipólito Lázaro con el elenco contratado por Bracale, óperas previstas y precios del abono a las dos funciones.
Hipólito Lázaro en I puritani, de Bellini.
Gran Teatro Santos y Artigas, Céspedes y Libertadores, Sagua la Grande.
Grande voces las que cantaron en Sagua por lo que nos cuentas, solo que yo no conocía a los protas de esta historia. Hay tantas cosas que desconocemos y que no llegaremos a conocer...
ResponderEliminarUn abrazo.
Acabo de hallar una reseña que hizo José Lezama Lima sobre el retorno de Lázaro al Auditorium en 1949. Lo llama "el divo de los agudos sin fin".
ResponderEliminarCasi todo lo desconocemos, Dissortat.
Hipólito Lázaro fue uno de los grandes tenores de principios de siglo y tuvo una vida longeva. Más que rivalizar con Caruso, de quien fue verdadero rival fue de Miguel Fleta, toda vez que Caruso se retiró de los escenarios europeos. Lo de "divo" es una calificación que se le daba a los cantantes que tenían antojos de divas. En realidad se les llamaba escénicamente primo uomo.
ResponderEliminarAquí vino otro, por 1870, que también llamaron divo. Era muy pequeño, de hecho, un niño prodigio.
ResponderEliminar¿Has oído hablar de Romeo Dionesi?
Que pena que ya a Cuba no va a cantar ni Linda Mirabal, a quién ví la hace pocos meses en Madrid haciendo teatro musical como Mama Morton en "Cabaret"
ResponderEliminarLos aficionados de la ópera quieren que la ópera vuvlva a ser lo que fue en Cuba, pero para eso hace falta que se deje renacer la iniciativa privada, las sociedades musicales pagadas con dinero de mecenas o la subvención estatal.
Mecenas está claro que no habrá en un país donde no hay ni siquiera una clase media y donde la gente vive solo pendiente de lo que va a comer hoy.
Iniciativa privada importante no hay, y la que hay impide el enriquecimiento y la acumulación de capital necesaria para poder tener dinero para otras cosas.
Subvenciones estatales... ¿que vamos a esperar de un gobierno en ruinas?
Estamos muy lejos de los días de Bracale, cuando, por cierto, muy pocos pudieron ver a Lázaro y Galli-Curci.
ResponderEliminarHablas de "sociedades musicales pagadas por mecenas". Creo que te refieres a Pro-Arte Musical. Tampoco fue de veras popular. Unos pocos privilegiados habrán visto a Tebaldi en el Auditorium.
A mí también me visita la nostalgia, pero lo que propones no sería tampoco la solución.
He oído poco a Linda Mirabal, no puedo valorarla. En Cuba sigue Bárbara Llanes, ¿la has escuchado?