miércoles, 10 de septiembre de 2008

Ike, un ciclón del siglo XIX

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Entre los dos, viento o fino papel,
el viento, herido viento de esta muerte
magica, una y despedida.

Lezama

I
Empieza a soplar el viento sobre las ideas. Luego vendran las aguas y arrasarán lo que todavía permanezca. Todo volverá a la esencia del principio: la ciudad otra vez será parcela nueva para edificar.
Se ha hecho un poco tarde para él. En la iglesia parroquial, concebida para acoger mil almas, pudiera guarecerse y sobrevivir. Pero no estamos en el siglo XIX. Le toca llegar a destiempo, no sabe si por fatum o por inconfesada elección. Han echado los cerrojos; ahora mismo llueve. Sí están abiertas las puertas de los cielos: duele el viento sobre la piel. La idea del viento se va lejos, se pierde, arrastrada a los antípodas y sólo queda el torbellino demasiado real del aire cercando la casa. Pero no asedia sencillamente los muros de su casa; es la casa quien interesa el odio de los elementos. Él es apenas un deuteragonista, que además agoniza, claustrofóbico, tras las ventanas sujetas por clavos y otros artilugios martirizantes.

¿Hay sitio para él? Mi sitio.

8 de septiembre, 2 y 15 minutos de la tarde.


Huracán, huracán, venir te siento,
y en tu soplo abrasado
respiro entusiasmado
del señor de los aires el aliento.

Heredia
Septiembre de 1822



II

Como las aguas pasan de antiguo por mi casa, he decidido hacerme isla, para que no me toquen.

Kate se llamaba el primer huracán que sobreviví, por mil novecientos ochenta y cinco; ni siquiera lo recuerdo: no tenía entonces certidumbre de las aguas. ¿Luego nos dieron años de asueto o es la memoria que se diluye en las espirales del viento? Para mí, los ciclones pervivían apenas en las crónicas viejas, en el relato de los mayores. Todavía uno me excita la imaginación, por novelesco. Cuentan que hasta el último minuto, bajo las ráfagas, estuvieron circulando trenes entre Sagua y el puerto de la Isabela; se hundía nuestro Pireo y la Villa envidió de veras entonces los muros largos de Atenas. Para colmo de eventos inauditos, un niño fue salvado de las aguas por la mano de una mujer esplendente que caminaba sobre la mar, conjurándola, a pesar de los elementos desquiciados. Tal fue, como dicen los buenos cronistas de antaño, el huracán de septiembre de 1888.

Una de las razones más difundidas de la celebridad universal de Sagua a raíz de las lluvias fueron las inundaciones. De Barcelona llegó el socorro después del huracán de 1894 . El actor Paulino Delgado, a quien los vientos detuvieron acá, ofreció funciones de beneficio para resarcir las pérdidas. Ese año murió un guardia civil español, exhausto, luego de la jornada terrible que vio llegar las aguas al corazón mismo de la ciudad; se le atribuye la salvación de decenas de sagüeros, a horcajadas sobre su cabalgadura. La Villa le dedicó una lápida de mármol con la inscripción de su hazaña y una cruz cubierta de lirios.

En 1906, otra vez el Undoso remontó sin piedad la calle de la Misericordia. Hasta los enfermos del Hospital San José subieron a las azoteas, bajo paraguas, para eludir la inundación. A metro y medio llegaron las aguas en la Plaza de la Iglesia Nueva. Wifredo Lam, nacido en 1902, recordaba a su familia a bordo de un esquife sobre las mismas calles que ayer transitaban.

La cronología de los huracanes, cuya ruta pasa por mi casa, ho ha cesado en tres siglos: 1822, 1856, 1888, 1906, 1933... A la zaga del viento, siempre vienen las aguas. Por suerte en 1912 culminó la construcción del primer dique sobre el río para proteger la ciudad de este sostenido asedio. Hacia 1970, para mayor seguridad, fue represado el torrente en Alacranes, el segundo embalse de Cuba, un lago inmenso. Sepultados quedaron un valle, un pueblo y dos grandes puentes del siglo anterior. Esa ofrenda pagaron los sagüeros al padre de los ríos del norte de Cuba para que la Villa permanezca intocada por las aguas. Aún así recuerdo, como remanente del ciclón Lili de 1996, una catarata vertiéndose sobre el muro, entre las rejas del parque El Pelón.

¿Qué me depara esta vez la providencia?

Mientras aguardo por el rigor de la tormenta, me entretengo escribiendo una narración en tercera persona donde insinúo, sin embargo, que se trata de mí, que soy yo quien anda desamparado a merced del viento, buscando sitio, por las calles arrasadas de una ínsula olvidada por sus ángeles. Calles infinitas donde no hay aldabas ni transeúntes, donde un niño, con ademán inocente, me avisa que va a cerrar la puerta y me quedo solo y a la intemperie...

3 y 30.


Se me ha anunciado que mañana,
a las siete y seis minutos de la tarde,
me convertiré en isla,
isla como suelen ser las islas.
Mis piernas se irán haciendo tierra y mar,
y poco a poco, igual que un andante chopiniano,
empezarán a salirme árboles en los brazos,
rosas en los ojos y arena en el pecho.

Virgilio Piñera



III



Es de noche. A esta hora siento, en verdad, que hemos vuelto al siglo XIX. El viento embiste las puertas y los muros; crujen los cristales. Agotada la batería de la última lámpara, alumbramos la estancia con velas y uno de aquellos casi extintos quinqués, con el vidrio de la pantalla dibujado de rosas. Hay sombras por las paredes húmedas; son nuestras sombras, aunque no puedo jurar que todas lo sean: es fantasmagórica la noche a expensas del huracán. No puedo evitar que esta crónica salga gótica, con cierto sabor decimonónico. Sería perfecto que alguien contase algo para aliviar el silencio pero todos callan: hasta la conversación erosiona ahora mismo el viento.

El único refugio puede ser éste: sentarme a escribir mi desazón en la vieja máquina alemana que desempolvé esta tarde; escribo a la luz de un candil y algunas velas dispersas por la mesa parecen surgir entre una y otra oscuridad . Mehr licht. También me acuerdo de Goethe.
Quisiera que estuvieras conmigo ahora, para capear juntos la tormenta. . Aquí. Lo último que leí fue aquella carta; no he podido responderla. Si estuvieras ahora. Pero no. Estoy solo en el siglo XIX.

10 y 15.



Respóndeme !Oh Cuba! ¿qué genio, qué hada
Le presta á la noche la pompa del día?

Gertrudis Gómez de Avellaneda



IV



Por la calle todavía pasa alguien; hay gente temeraria. Aprovecho la distracción de mi madre para entreabrir la puerta. Los vientos soplan del oeste. La oscuridad parece simbólica, como el trasunto de un enigma que obliga a cavilar durante horas sin rendir el sentido . El ciclón no cede.


La tarde de hoy, en el preámbulo del huracán, salí a fotografiar las palmas en el parque del Mausoleo, desmelenadas. Ojalá mañana conserven los penachos.

Cuatro o cinco amigos me han llamado desde distintas ciudades del centro de la Isla; compruebo que la red telefónica sigue en servicio. Discutimos sobre la posición exacta del vórtice; hacemos chistes; yo quisiera mirar por ese ojo. Digo que a veces hace falta un huracán para sacudirnos el tedio, el letargo de habitar una aldea donde la gente se enferma de inmovilidad, donde casi nadie muere de muerte apasionante. Se ríen; me llaman loco egoísta, sarcástico incorregible; me recuerdan que mi casa vieja de 1925 es sólida como la antigua Tirinto; me llaman desalmado y lo consiento: Ike me sobrevuela, mas pasará pronto. Con él se irá esta efímera certeza de andar en vilo; el siglo XIX.

El Nictálope, a mi lado, es un animal regresivo.

11 y 57. Medianoche.

5 comentarios:

  1. Es por ti. Podrás descubrirte. Y tu carta tendrá respuesta hoy.
    Todavía la electricidad es novedad, como recién descubierta la estrenamos después del ciclón.
    Espérame.
    M.

    Saludos a todos los amigos que pasen en mi ausencia. De vuelta. Nos vemos...

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  2. Isla, criatura... parece ser que no solo los ciclones anidan en nuestra isla, también lo hacen los poetas.

    Hoy hice un descubrimiento interesante y que ha despertado en mí el deseo de comenzar a cumplir mis deudas para con vos: Crónicas de Rutas y Andares con sus respectivas imágenes.

    Actualmente vivo en el Barrio de Patraix, inspiración de novelas (Blasco Ibañez), cantera de lápidas romanas y más...Y hoy descubrí una tarja dedicada al Padre Jofré donde decía que era el fundador del primer hospital psiquiátrico del mundo acá en Valencia.

    También he descubierto, cerca del centro, la casa natal de San Luis Beltrán, el de las oraciones que se le leen a los niños contra el mal de ojo.

    Como ves, viajero, es hora que tome mi mochila y manto y recorra Valencia, redescubriéndola para vosotros.

    Un abrazo muy fuerte, me alegra mucho que ya haya pasado la lluvia y el viento.

    Ya te comentaré sobre mis votos y demás atrezzos.

    Cuídate.

    Astro

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  3. Muchacho, muchacho!!!. La poesía te sale hasta de un huracán. Casal hubiese tomado contigo un té de jazmín en una taza de Kyoto, y Heredia te hubiera leñído su último poema mientras batía el aire. Y yo que ni de lejos José María o Julián, sino un mortal Reinaldo, te apriero contra mí
    desde el lejano ORiente

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  4. Maykel, después de Cedeño poco que decir, pero en estos días en que he visto y oído tanta desolación, en que he padecido ciclones en carne propia y vía telefónica, realmente ha sido un encanto tu palabra, no hace falta saber de que está hecha la moneda si ella nos compra el encantamiento de la belleza, nos anuda el llanto a fuerza de lirismo y nos propicia un rato de olvido, gracias

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  5. Amigos, escribo con prisa. Es increíble lo solicitadas que está la conexión en estos días.

    Libélula, vi una foto con el nuevo ojo al centro. Espero por Valencia hace mucho, desde que me presentaron a Sorolla, un señor de traje vespertino que observa el Mediterráneo.
    Te escribo en cuanto pase el vértigo.

    Reinaldo, no sabes los deseos que tengo de abrazarte, de reanudar el rito de nuestras noches sagüeras y acompañarte hasta el cansancio de los pies por el camino monótono de las afueras.
    En mi cita con Casal, Heredia y Tula hay un cojín reservado para ti; un halo de incienso que huele a jacinto vespertino de los canales del Undoso.

    Yolanda, estar en Pinar del Río por estos días es...
    He visto las imágenes, el Cuyaguateje, la gente de Los Palacios y San Cristóbal dispuesta a sobrevivir. Es una prueba durísima.
    Toda Cuba está al tanto de los pinareños.
    Ojalá pudiésemos repartir los huracanes como hacemos con todo.
    Un abrazo.

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