Pocas estampas publicitarias conozco tan ingeniosas como aquella de la RCA Victor. El perrito que se asoma al gramófono a la vez parece cándido y sagaz. Es el perrito filarmónico, el animal ávido que hemos sido ante cierta música.
Recuerdo la enigmática casa de madera que habitaban unos viejos desvaídos. He olvidado a la señora, el señor casi era traslúcido. Por las tardes ponían sus discos: Wagner y Chaikovski, creo, se escuchaban; el perrito giraba entonces hasta el vértigo. Quise a Wagner con el tiempo; Chaikovski me parece predecible. Supe por una vecina que los viejos desvaídos no gozaban de gran respeto en el barrio porque nadie comprendía la espesa sopa de Chaikovski que el perrito bebía de la bocina. La casa de madera tenía un muro al fondo y una puerta trasera. No estoy seguro, pero acaso la anciana me dijo una vez algo cariñoso.
El año pasado, a finales del año, Lester y yo encontramos al perrito de la RCA Victor en esa misma calle. Se nos aparecía junto a la tapia de la casa de madera y en la cuadra contigua. Imploraba sus mendrugos de música pero sólo obtenía pan, a causa de su vejez; ninguna música le daban por su mala estrella. Era el mismo perrito de la RCA Victor que, extraviado el gramófono, mendigaba las migas de Wagner y buscaba la bocina que le permitía saciar su hambre de música.
Freund, le dije, con la obertura de Tannhauser en la mente y la calle cubierta por las nieblas del castillo de Wurtburg.
Recuerdo la enigmática casa de madera que habitaban unos viejos desvaídos. He olvidado a la señora, el señor casi era traslúcido. Por las tardes ponían sus discos: Wagner y Chaikovski, creo, se escuchaban; el perrito giraba entonces hasta el vértigo. Quise a Wagner con el tiempo; Chaikovski me parece predecible. Supe por una vecina que los viejos desvaídos no gozaban de gran respeto en el barrio porque nadie comprendía la espesa sopa de Chaikovski que el perrito bebía de la bocina. La casa de madera tenía un muro al fondo y una puerta trasera. No estoy seguro, pero acaso la anciana me dijo una vez algo cariñoso.
El año pasado, a finales del año, Lester y yo encontramos al perrito de la RCA Victor en esa misma calle. Se nos aparecía junto a la tapia de la casa de madera y en la cuadra contigua. Imploraba sus mendrugos de música pero sólo obtenía pan, a causa de su vejez; ninguna música le daban por su mala estrella. Era el mismo perrito de la RCA Victor que, extraviado el gramófono, mendigaba las migas de Wagner y buscaba la bocina que le permitía saciar su hambre de música.
Freund, le dije, con la obertura de Tannhauser en la mente y la calle cubierta por las nieblas del castillo de Wurtburg.